lunes, 12 de mayo de 2014

LA ENSEÑANZA ARTISTICA 
El programa de enseñanza, y más que el programa, que es teoría, la práctica de la enseñanza no concede en el Perú sino un exiguo sitio a la educación artística. Hasta hoy no se ha dado, en el sentido de orga­nizarla o más bien, de instituirla, ni siquiera el paso elemental de encargar esta enseñanza a maestros calificados. La ense­ñanza de dibujo en los colegios y escuelas nacionales está, todavía, en manos de "aficionados". El más mediocre y ramplón de los diletantismos domina en este aspecto de la instrucción pública.
Esta deficiencia se explicaba, plenamen­te, en la época en que no existía una Escue­la de Bellas Artes, apta al menos para abas­tecer a los colegios y escuelas de maestros idóneos, con título y capacidad para la ense­ñanza artística. Pero desde que esta Escue­la se encuentra en grado de proveer a la Ins­trucción Pública de un número, apreciable ya, de maestros, ha desaparecido todo moti­vo para prorrogar el dominio del diletantis­mo en el aprendizaje de dibujo y, en gene­ral, de nociones de arte en las escuelas y co­legios. Es ya tiempo, mejor dicho, de establecer la enseñanza artística. Porque hasta ahora no existe.
El personal disponible para este objeto no es numeroso. Pero es ya suficiente para el experimento en que debe elaborarse un programa de enseñanza artística. Un gran progreso sería ya un reglamento que impusiera la preferencia de los diplomados de la Escuela de Bellas Artes en la enseñanza de dibujo, historia del arte, etc., en los colegios y escuelas. Los profesionales no bastarían, por lo pronto, para desalojar totalmente a los "aficionados" o dilentantes. Mas lo mismo acontece en todos los ramos de la instrucción pública. Como el Ministro de Instrucción lo ha declarado recientemente en el Congreso, el problema de la enseñanza se presenta, ante todo, como un problema de maestros. La ley quiere que la enseñanza esté a cargo de normalistas; pero el porcentaje de éstos en el personal de preceptores del Estado es todavía muy re­ducido.
La Escuela de Bellas Artes debe tener una función en la educación pública. El Perú no puede permitirse el lujo de una academia sin aplicación práctica. No basta, como ren­dimiento de la Escuela, una cosecha anual de cuadros y diplomas que, en la historia artística del Perú, se reducirá naturalmen­te a una que otra verdadera vocación de ar­tistas oportunamente auxiliada y discipli­nada.
El establecimiento de la enseñanza ar­tística resolverá, por otra parte, un proble­ma que está destinado, si oportunamente no se le considera y soluciona, a anular en gran parte la eficacia de la Escuela de Bellas Ar­tes. Los alumnos pobres de esta Escuela, cuando salen de ella, hacen el triste descu­brimiento de que su aprendizaje de dibujo y pintura o escultura no les sirve para ga­narse inmediatamente la vida.
El Perú no está aún en condiciones de dar trabajo a sus artistas, no tanto porque es un país pobre cuanto porque la educación artística de su clase "ilustrada" o dirigente ha adelantado muy poco, a pesar de la apa­rente europeización de gentes y costumbres. De la civilización occidental, esta clase ilus­trada aprecia bastante el automóvil, el cemento, el asfalto, el ornamento, pero esti­ma aún muy poco el arte. Los artistas se en­cuentran aquí bloqueados por el ambiente, el cual les exige, por lo menos, el sacrificio de su personalidad.
Dentro de esta situación, proporcionar a los diplomados de la Escuela de Bellas Artes un medio honrado de subsistencia, co­mo artistas, significaría facilitar a los más aptos, la realización de su personalidad, le­jos de todo humillante tráfico. La instruc­ción pública se beneficiaría con la labor de maestros idóneos. Y la utilidad de la Escue­la de Bellas Artes se multiplicaría, pues ese instituto no se limitaría ya a la misión de cultivar unos pocos temperamentos artísti­cos, abandonados luego a su propia suerte en un medio indiferente e impropicio.
El ejemplo de México puede enseñarnos mucho en éste como en todos los aspec­tos de la organización de la enseñanza. En la escuela primaria se señalan en México los casos de vocación artística. Se ha hecho exposiciones de trabajos de alumnos de las escuelas primarias positivamente interesantes, que demuestran el acierto con que se atiende en ese país, que en tantas cosas pue­de servirnos de modelo, a la educación ar­tística de los niños.
Seguramente, entre los niños peruanos no es menos frecuente la aptitud artística. La raza indígena, poco dotada, al parecer, para la actividad teorética, se presenta en cambio sobresalientemente dotada para la creación artística. Lo que mejor conserva el indio, hasta ahora, enraizado en sus cos­tumbres, es su sentimiento artístico, expre­sado en varios modos. Verbigracia, por la asociación de la música y la danza a su tra­bajo agrario.
No me refiero, esta vez, sino a la ense­ñanza elemental de las artes plásticas. Pero los mismos conceptos son, en línea teórica, aplicables a la enseñanza de la música en los colegios. También de este terreno urge ex­tirpar el diletantismo de los "aficionados". Los rendimientos de la Academia Nacional de Música son, es cierto, muy pobres, no obstante los años que tiene de establecida. Pero se suman a ellos los de uno o dos con­servatorios particulares.
La reforma que a este respecto parece urgente realizar, es la de sustraer la Acade­mia Nacional de Música a la tutela de una sedicente sociedad musical, sin ninguna ap­titud técnica para dirigirla y orientarla con eficiencia.


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